Creo que ya he dicho en más de una ocasión que me siento muy cómodo con la espiritualidad ignaciana, que sintonizo con ella y me abre a todo y a todos… Lo cual es buena señal.
Hay una proposición de San Ignacio en los Ejercicios Espirituales [22] que nos anima a ser más prontos a salvar la proposición del prójimo que a condenarla. Esta sencilla recomendación supone un modo muy concreto -y poco conflictivo- de estar en el mundo y de relacionarse con los demás. Un modo que encontré perfectamente reflejado y descrito en un lenguaje más actual en una cita de Dale Carnegie que guardo como oro en barra desde entonces:
En lugar de condenar a las personas, intentemos comprenderlas. Intentemos imaginar por qué hacen lo que hacen. Eso es mucho más provechoso e interesante que criticarlas; y además crea simpatía, tolerancia y amabilidad. Saberlo todo es perdonarlo todo.
¡Qué intuición más profunda y poderosa! Cuanto más profundicemos en el corazón ajeno, menos tinieblas y negrura encontraremos en él. Saberlo todo es perdonarlo todo… Así que, cuanto más tiempo dediquemos a conocer y comprender a los demás, más sencillo nos resultará perdonarles y amarles… Al modo divino, que todo lo sabe y perdona en un flujo de amor sin fin.
Conoce, perdona, ama… Y déjate conocer para poder ser perdonado y amado. Una experiencia sin la que no llegamos a ser plenamente humanos.